Cuando una persona adulta ha tenido la suerte de recibir una crianza con buen trato durante su larga infancia y adolescencia, es más fácil cumplir sus metas, gozar de salud física y mental y logar el éxito.
El buen trato implica, entre muchas otras cosas, una presencia parental disponible, sensible y responsiva. Se trata de un estilo en el cual quienes crían mantienen una conciencia plena en la manera de desempañar su rol, lo cual les permite mantenerse atentos a las necesidades de desarrollo infantil y adolescente.
De esta manera, papá y mamá son figuras con la capacidad de observar a su hija o hijo, identificar sus necesidades y devolverle de manera suficientemente atinada aquello que cubra dichas necesidades (fisiológicas, vinculares, emocionales, cognitivas, sociales, morales o del tipo que sea).
Cuando una de estas hijas o hijos llega a la adultez y logra un sueño o una meta, suele experimentar la sensación de que ya había estado ahí, de que esa sensación de logro no es nueva, sino que su cuerpo, su mente, sus células ya lo habían experimentado antes.
¿Cómo sucede esto? En la niñez, la fantasía y la capacidad e interés por el juego favorecen la creación de mundos, planes e ideales. La niña o el niño quiere ser astronauta para ir a la luna y a cualquier planeta del universo. Quiere ser bombero para manejar un gran camión y trepar osadamente una larga escalera. Desea ser una gran deportista que alcanza las alturas, corre como un rayo, salta distancias descomunales. Y si a su lado está una mamá o un papá que le acompañan en estas aventuras, lo que es una fantasía se experimenta como una realidad y esos recuerdos con sus respectivos sentimientos y emociones quedan albergados en lo más profundo del cerebro, con una carga energética significativa.
Todo gracias a que mientras la niña o niño juega a ir a la luna, la mamá o el papá contribuye al juego haciéndole una nave con una caja de cartón, le construye un traje de astronauta y hasta se sube a la nave como copiloto, o simplemente se encarga de arrastrar esa caja convertida en nave. La niña o niño se siente realmente astronauta.
Lo anterior le permite entusiasmarse con su deseo. Ser astronauta queda como un anhelo. Es así que, si el día de mañana consigue realmente ir a la luna o subirse a un cohete, la emoción experimentada —alegría, éxito, plenitud, gozo, etcétera— no será nueva, sino una re-experimentación además cargada de gratitud hacia su padre/madre por haber contribuido a que su sueño se haya hecho realidad.
Efectivamente, no serán muchas las personas que podrán llegar a la luna aun cuando lo hayan deseado en la niñez. Lo que trato de decir es que cuando la niña o niño juega, suele imaginarse siendo grande, rápido, exitoso, valioso, importante, por lo que resulta conveniente que las madres y padres construyan las oportunidades para que puedan experimentar tales cosas —sobre todo a través del juego—, pues es de esta manera como se va construyendo una autoimagen, autoestima e identidad positiva que les hará sentirse competentes, capaces de lograr aquello que sus habilidades y las oportunidades del entorno les permitan.
Todo esto gracias a que sus padres/madres sembraron experiencias de vida con el sello de la seguridad, confianza y agencia, experiencias que quedarán anidadas en lo más profundo de sus memorias.
Estar presente en la vida de las hijas e hijos para meternos a su mundo de fantasía y juego, es una labor fundamental que a ellos les permite madurar con seguridad y confianza y a nosotros, sus padres/madres, también nos hace mucho bien, porque en el conectarnos con el mundo de la fantasía —mundo que el exceso de realismo de la vida adulta nos suele arrebatar— recuperamos elementos fundamentales para una existencia gozosa: creatividad, goce, disfrute, vinculación, imaginación, etcétera.
Deseo que cuando tu hija o hijo, siendo una persona adulta triunfe, obtenga un logro significativo, o se sienta exitoso, su sensación sea de déjà vu, es decir, que sienta que esa satisfacción ya la había vivido en la infancia, cuando jugaba contigo, su mamá, su papá. Que cuando llegue a la luna no la viva con novedad, sino con la sensación de ya haber estado ahí.
Proporciónales un buentrato en su infancia y adolescencia para que en su adultez tengan muchos bonitos déjà vu.