La realidad social entró en etapa acelerada de cambios en lo económico, lo político y lo social. Por tanto, es imperativo saber qué perfiles de políticos se necesitan para encarar la serie de problemas generados por las transformaciones generadas por una realidad difícil de entender y por ende de gobernar.

Cumplir la ley y hacer que se cumpla, se torna cada vez más complejo. De inicio se impone valorar las condiciones en las que se pretende operar la norma jurídica, cuyo ámbito de validez, preocupa porque se han generado una serie de normas, cuya facticidad, probablemente no ha sido calculada. Es cierto, que el derecho positivo no se viola ni se cumple siempre, pero con torpeza o apatía, se dictan leyes, sin prever los efectos que estas causarán en la vida social.

Debe ser motivo de preocupación la carga de trabajo que tienen quienes deben procurar la justicia, dictar sentencias y hacer que éstas se cumplan. Debe calibrarse la razón por la que el juzgador dicta sentencias fuera de lugar y, aunque no es privativa del momento, se percibe cierta dificultad para se diga el derecho, con apego a la norma y al espíritu que la generó; las ejecuciones de policías, personas y agentes del gobierno por la criminalidad, influyen seguramente en el ánimo de los juzgadores y todo ello crea un clima desfavorable para hacer cumplir la ley.

La economía se maneja con desapego al ideal que, en torno a ella, generó la norma jurídica. La aplicación errónea de normas éticas y religiosas, han invadido el área del derecho. Un análisis superficial, pareciera que el derecho con las regulaciones que se le han incorporado, llena el ideal de una sociedad atribulada por la enajenación, generada por una economía cada vez más despiadada a la hora de generar necesidades.
Por otra parte, el mercantilismo y el individualismo sin freno, han deshumanizado las condiciones en las que surgen las nuevas generaciones, en las que los adultos ven impotentes cómo se induce al suicidio a infantes de todo tipo, de manera permanente. El amor a la vida es cercenado por la tendencia necrófila, que invade como enorme pulpo la conciencia de quienes tienen cada vez mayor capacidad, para soportar impotentes, la destrucción del entorno que pudiera permitirles disfrutar de la felicidad, aunque fuera momentos.

El político que desee gobernar debe conocer los alcances de la pedagogía, para iniciar el proceso de reeducación inaplazable, en la búsqueda de frenar la violencia. Debe entender la economía como instrumento de paz y concordia, que vea en primer término, la necesidad de alimentar adecuadamente a la población desde el vientre materno. Es adecuado pedir el respeto a la vida, desde la concepción hasta la muerte, pero es inhumano lanzar a miles a la miseria que serán eficientes promotores de violencia suicida y homicida.

Deberá el gobernante promover normas para que los parientes que puedan hacerlo mitiguen al hambre de sus familiares y eviten las injusticias entre ellos; educar en y para la libertad e impedir el libertinaje en aras de la estadística; imposibilitar que, en nombre de la justicia se violen los derechos elementales que deben proteger a la persona humana.
Educar y manejar la economía con vocación humanista deben ser cualidades que deberán exigir quienes postulan a sus candidatos, para frenar las prácticas que nos quejan.
Ver al futuro si rencores, promover a quienes practican la solidaridad y la empatía, sin pretender que como dice el pueblo, se ponga al coyote a cuidar las gallinas.
El gobernante deberá promover la concordia social y el precio deberemos pagarlo todos; quien más pueda deberá hacerlo con mayor vehemencia.