Guanajuato, Gto.- En Guanajuato capital hay barrios icónicos, zonas de la ciudad cuya historia se remonta a más de medio milenio de antigüedad, a la época de los pueblos originarios, los tiempos precolombinos. Uno de ellos es el Barrio de Pastita.
Según el libro Guanajuato a su paso, guía para viandantes, cuya investigación corrió a cargo de Claudia Herbert Chico y Susana Rodríguez Betancourt, la palabra Pastita es una adaptación al español de la palabra mexica Paxtitlán, que significaba algo así como “Lugar de Paxtle” —el paxtle es el heno o la paja—.






Ubicado en la parte sureste de la mancha urbana, esta zona de la ciudad se caracteriza por su color verde que dura todo el año, gracias al río que lleva su nombre y que constantemente alimenta con agua los grandes árboles que crecen a lo largo de todo su cauce y que atraviesan todo el barrio. A sus espaldas, en la zona más oriental, se yergue el Cerro del Meco, que era un diminutivo de chichimeco, el nombre con el que los españoles se referían a los indígenas de la zona.


Según el historiador Lucio Marmolejo, el lugar exacto al que los pueblos prehispánicos llamaban Quanaxhuato —palabra de la cual derivó el actual Guanajuato— era justamente la zona donde hoy se encuentra el Barrio de Pastita, lugar que hasta el siglo XIX era el único punto de la población de Guanajuato capital en donde vivían indios de raza pura, que conservaban muchas de sus costumbres y el uso de su antiguo idioma.
Según Marmolejo, el Cerro del Meco fue nombrado de esa manera porque allí aparecían constantemente indígenas para bajar y atacar a los nuevos pobladores. Además, según la sabiduría popular, algunas de las rocas y montículos que yacen en las crestas del Cerro del Meco asemejan ranas, lo que habría llevado a los indígenas a poner a toda esta región el nombre de Quanaxhuato, que significaba algo así como “lugar montuoso de ranas”.
Según Herbert y Betancourt, la presencia del río permitió, durante la época de la Colonia, que en la zona se instalaran diversas haciendas de beneficio de metales, como la de San Francisco de Pastita o la Hacienda de Pastita, lo que a su vez motivó el poblamiento de las laderas de los cerros cercanos. Estas haciendas vivirían su mayor época de bonanza durante el siglo XIX y, para principios del XX, luego de la Revolución Mexicana, quedarían abandonadas y en ruinas.
La actual imagen del barrio, con su calzada que corre paralela al río, se habría trazado y construido entre los años de 1867 y 1869.



Hoy en día, en el Barrio de Pastita sobreviven algunas reminiscencias de aquel pasado remoto, y es posible apreciar aún una gran belleza natural que se funde con la belleza arquitectónica de los tiempos coloniales y con la leyenda de las culturas prehispánicas que habitaron antes que nadie esta región.
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