Donald Trump es una persona histriónica, no niega sus orígenes y es fiel al mundo del entretenimiento. El martes pasado nos dio una lección de lo que debe ser una puesta en escena. Logró tener al planeta en un vilo. El mundo entero estaba con la mirada puesta en el “Jardín de las Rosas” de la Casa Blanca.

Así, a las cuatro de la tarde, justo cuando las bolsas de valores de Nueva York habían cerrado, salió con sus cartulinas —de no tratarse de algo tan serio, hasta hubiera dado ternura— a mostrarle al mundo quiénes serían los países castigados con los aranceles compensatorios.

En México, apretábamos los dientes, respirábamos hondo y nos sumergíamos en esa incertidumbre que planteaba la pregunta ¿cómo nos irá a ir? Y, los que seguimos la transmisión nos quedamos con un palmo de narices: México no fue mencionado. No estábamos en la lista. De hecho, no estamos en la lista.

Mientras en México y Canadá —que tampoco apareció en el listado— respiramos con alivio, en la Unión Europea, China, Vietnam, Sudáfrica y demás naciones, que sí estaban anotadas, recibían el impacto del porcentaje con el que se les iban a tasar estas nuevas tarifas arancelarias. Me llamó mucho la atención la forma en la que Donald Trump decidió hacer el anuncio.

Eligió muy bien las palabras que usó: vamos a responder al abuso que otras naciones le han dado a los Estados Unidos. Responde al supuesto maltrato, pero lo hace con magnanimidad —desde su perspectiva—. Es tan bueno que sólo cobrará la mitad de lo que les imponen a ellos.

Sus compatriotas lo aplauden. Sí: esa es la forma de regresarle la grandeza a los Estados Unidos y el poderío y la supremacía, dirán. Me sorprende que los estadounidenses aplaudan y vitoreen que ahora y a partir del martes, la vida les será más cara.

Porque al final, son esos ciudadanos de a pie los que van a pagar de su dinero esta política arancelaria que parece no tener ni pies ni cabeza, aunque Trump parece muy seguro de lo que está haciendo. Pues, sí. Pero, por fortuna, México no está en la lista.

 

 

Creímos que esa tarde de martes estaríamos escuchando la sentencia de muerte del TMEC y que tendríamos que escuchar el abecedario de propuestas alterativas de la presidenta, y resulta que no.

No, porque no estamos en la lista. Resulta que la lista en este caso fue Claudia Sheinbaum y su equipo negociador. Imagino que mientras las voces críticas se rasgaban las vestiduras porque el gobierno mexicano no reaccionaba a las bravatas trumpistas, la mandataria acariciaba a el gato, sonreía y decía por lo bajo: ya verán.

El temidísimo Liberation Day como Donald Trump nombró al día en que daría a conocer su plan arancelario, dio un respiro a la región de América del Norte. Es verdad que el presidente de los Estados Unidos puede imponer otros aranceles en el futuro, pero ese no fue el día en que nos tocara el porrazo.

Sí que fue la fecha para tenernos a todos pegados a las pantallas: It´s showtime! Fue su gran espectáculo, fue el manotazo simbólico sobre la mesa. Pero, para México no hubo tanto daño:  Todas las exportaciones de México a EU que cumplan las reglas de origen del TMEC tendrán un cero por ciento de arancel.

Mientras en México inhalamos y respiramos para acompasar el ritmo cardiaco, nos cae el agradable veinte de que el TMEC sigue vivo y seguimos siendo socios de Canadá y de Estados Unidos.

Y, claro que no es la magnanimidad de Donald Trump la que nos dejó fuera de la lista. Fue la claridad que le llegó al mandatario de que Estados Unidos debía dejar de usar los aranceles como herramienta de política contra sus socios comerciales dado el daño económico sustancial que imponen a los trabajadores, agricultores, empresas y consumidores estadounidenses.

 No sé si fue la frialdad de la presidenta la que le hizo ver a Donald Trump lo que es evidente, no sé si fue la capacidad negociadora del equipo de Marcelo Ebrard, no sé si fueron las cámaras industriales nacionales y extranjeras las que lo hicieron entrar en razón. No lo sé. Lo que sí sé es que hoy por hoy, tenemos una buena noticia: no estamos en la lista.