Valeria y María José, creadoras de contenido asesinadas, fueron expuestas como objetos de consumo a los que cualquiera podía acceder
“Otra (bella) mujer amante de la vida (fácil) muere ejecutada”, escribió un usuario de X identificado como @FernandovichG. El comentario acompaña la nota sobre el crimen de María José Estupiñán (‘La Mona’), creadora de contenido colombiana a quien le disparó un supuesto repartidor que le entregaría un regalo.
El pasado martes, el asesinato de la jalisciense Valeria Márquez horrorizó al país. La modelo fue atacada bajo el mismo modus operandi; mientras hacía un ‘live’ en TikTok un desconocido llegó hasta su estética en Zapopan con el pretexto de entregarle un paquete y le dio dos tiros.
Aunque al momento se desconocen detalles, el caso de Valeria fue vinculado casi de inmediato con el crimen organizado, “¿con quién andaba?” “¿en qué estaba medita?”, se preguntaron los internautas.
Tanto Valeria como María José compartían en sus redes consejos de moda, belleza, cuidado personal, mostraban sus constantes viajes. “La vida fácil” que todos destacan para revictimizarlas e incluso responsabilizarlas de la tragedia.
El juicio popular siempre es más severo para aquellas que voluntariamente exponen su ‘lifestyle’ a grandes audiencias, que para quienes creen que es suficiente motivo para verlas como objetos que pueden tomar a capricho, a los que tienen derecho a acceder, y ante una negativa, llegar al grado de arrebatarles la vida.
Siempre culpables
Hay grandes diferencias en cómo los medios han abordado los crímenes. En el caso de María José, se resalta que era estudiante. La joven de 22 años cursaba el séptimo semestre de comunicación social en la Universidad Francisco de Paula Santander. Valeria era tiktoker, influencer, reina de belleza, ‘estrella en ascenso’. No se le llama ‘empresaria’, pese a que tenía su propio negocio.
Eso acerca a María José al cuestionable término de la ‘víctima ideal’, aquella que por sus características y virtudes encaja en un perfil merecedor de empatía y apoyo de la opinión pública.
Los comentaristas de ocasión en X y TikTok han sido despiadados con Valeria. No vale la pena citarlos; en resumen, la exigencia de justicia se vio opacada por observaciones sobre cirugías estéticas, fotos ‘subidas de tono’ y las personas con quienes presuntamente se relacionaba. Al machismo detrás del crimen, se sumó el de quienes señalan “no se lo merecía, pero…”
Sin embargo, el contenido que Valeria y ‘La Mona’ publicaban era muy similar. Como tantas otras mujeres encontraron una ventaja en su apariencia física (lo cual no implica que carecieran de aptitudes e inteligencia) y se sumaron a la fantasía que ofrecen las redes sociales, que poco a poco se convierte en un modelo aspiracional.
Si su tipo de contenido tenía demanda es porque el culto a la belleza y el lujo están muy lejos de desaparecer. Ambas explotaron un nicho que ya ocupan cientos, miles de personalidades del Internet (hombres, entre ellas). Lo triste es que ahora sobresalen de entre un mar de cuentas semejantes por hechos tan lamentables.
No fueron ellas quienes cometieron un error. Fueron quienes decidieron atacarlas. Y eso corresponde a las autoridades competentes investigarlo, juzgarlo y castigarlo.
Un nuevo cuento de hadas
Que Valeria tuviera nexos con delincuentes es algo que no se ha probado. Sin embargo, para muchos fue una conclusión sencilla tomando en cuenta varios factores: habitaba en uno de los estados más violentos, territorio del CJNG y, sobre todo, la narcocultura en que vivimos inmersos desde hace años.
Libros como ‘Las muñecas de los narcos’ (Andrés López López) y ‘Emma y las otras señoras del narco’ (Anabel Hernández) han sembrado la narrativa de líderes criminales que buscan celebridades y reinas de belleza como pareja. Alimentan la idea de que esos hombres pueden comprar a la mujer que deseen.
La historia de Kate del Castillo es un ejemplo. Tras escribir en 2015 una carta en Twitter donde decía confiar más en Joaquín ‘El Chapo’ Guzmán, que en el gobierno mexicano, la actriz fue contactada por el capo. Recibió de él costosos regalos y junto al actor Sean Penn logró un encuentro para negociar un documental. Del Castillo reveló que el líder del cártel de Sinaloa era su fan desde la narcoserie ‘La reina del sur’.
Al parecer, la obsesión con actrices y cantantes se trasladó a las creadoras de contenido. La estrella de ‘realities’ Manelyk González (con 16 millones de seguidores en Instagram) admitió que mantuvo una relación con David N, líder de la Unión Tepito, aunque negó que estuviera enterada de sus actividades ilícitas.
Los videos musicales de cantantes y bandas de regional mexicano, género que perpetua la narcocultura, nos presentan a tipos que sufren por hermosas modelos y amenazan con hacerlas pagar por sus perfidias. En 2016 se organizó una campaña para bajar de YouTube el videoclip de Gerardo Ortiz del tema ‘Fuiste mía’, donde el intérprete descubre que su pareja le es infiel y la encierra en la cajuela de un auto al que prende fuego.
Hombres poderosos y mujeres decorativas, una nueva y retorcida versión de ‘La bella y la bestia’, un cuento de hadas para el consumo del género masculino.
En este contexto, las chicas perfectas que vemos a través de la pantalla parecen accesibles a cualquiera, no sólo a sujetos adinerados e influyentes. Cuando estas mujeres interactúan con los seguidores a través de mensajes, reacciones y ‘lives’, la línea entre la realidad y la ilusión se difumina, se crea una sensación de cercanía. Esto abre una puerta a abusos y agresiones que van desde comentarios misóginos hasta el ciberacoso, y que pueden escalar a la violencia física y el asesinato.
Otras bellas mujeres amantes de la vida fácil mueren ejecutadas por culpa de la violencia machista.
LO SUPERFLUO: La viralización de los recientes crímenes abrió la discusión sobre la violencia y crueldad que van en aumento.
LO PROFUNDO: La discusión se ha desviado para alentar otros tipos de violencia, la que sufren las mujeres aún después de fallecer.