Nunca se había visto en directo algo semejante a lo que se vio en la “mañanera” de ayer. El instante en que el secretario de seguridad federal Omar García Harfuch recibió a través de un mensaje la noticia de la ejecución en plena Calzada de Tlalpan de Ximena Guzmán, secretaria particular de la jefa de gobierno Clara Brugada, y de su coordinador de asesores, José Muñoz.

Los titubeos, la consternación de García Harfuch, la decisión que finalmente lo llevó a ponerse en pie para acercarse a la presidenta Claudia Sheinbaum y mostrarle el mensaje fatal. El impacto que el mensaje dejó en el semblante súbitamente atribulado de Sheinbaum mientras, más allá, la secretaria de Gobernación presumía supuestos logros sobre la “atención a las causas” y las “Ferias de Paz”.

El modo brutal en que el México real irrumpió en el otro México: el México en el que los más altos funcionarios están sentados en un salón, escuchando sus logros entre ellos mismos. El México de las fantasías, mientras afuera todo se cae a pedazos.

Tampoco había ocurrido nunca algo semejante a lo que sucedió ayer. Es posible decirlo de este modo: llegaron hasta la oficina misma de la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, se metieron en ésta, o mejor dicho en la puerta de al lado –la que ocupaban sus dos funcionarios más cercanos: una, su mano derecha; otro, su “asesor estrella” y lo más importante: su enlace con la policía de la capital–, para disparar en más de diez ocasiones y dejarle un mensaje siniestro, ominoso, brutal:

Aquí estamos.

Podemos llegar hasta aquí.

¿Quién puede mandar a un tirador profesional, capaz de agrupar en un radio de unos cuantos centímetros los tiros que efectúa, según se vio en el parabrisas del Audi que manejaba Ximena Guzmán? Si la respuesta es el crimen organizado, ¿qué está ocurriendo en la tenebra de la Ciudad de México para que “alguien” haya tomado la decisión de ir por dos piezas claves del gobierno de Brugada?

Hace cinco años el entonces secretario de Seguridad de la ciudad, Omar García Harfuch, sufrió un atentado en el Paseo de la Reforma. Pero esa vez se trató de un ataque contra un policía, como lo fue años más tarde el que sufrió el jefe de inteligencia de la Secretaría de Seguridad, Milton Morales.

Por el nivel de los funcionarios elegidos, lo sucedido en Tlalpan es otra cosa. Escala con mucho todo lo ocurrido.

En el largo anecdotario de asesinatos de funcionarios mexicanos ha habido de de todo. Traiciones que vienen desde adentro. Delaciones voluntarias o involuntarias. Venganzas y cobro de cuentas por haber hecho ofrecimientos que luego no se cumplieron.

Ruptura de acuerdos con grupos criminales a consecuencia de cambios de gobierno, relevo de funcionarios y otros reacomodos políticos. Rechazo a entrar en tratos con determinados grupos. Grandes decomisos de dinero, de armas o de drogas.

Afectación económica a los grandes grupos criminales, así como a sus respectivos capos. Investigaciones que se hallan cerca de llevar a la cárcel a delincuentes de cierto rango. Rivalidades políticas.

El menú no es muy variado.

En los meses que lleva en el cargo, Brugada ha presumido avances en la seguridad y un descenso constante en los homicidios y otros índices delictivos. Se han dado golpes mediáticos y se han desarticulado células operativas del Cártel Jalisco, el Cártel de Sinaloa y la Familia Michoacana.

Al mismo tiempo, contra lo que señala su discurso, los homicidios y los ajustes de cuentas han arreciado en los últimos meses. Entre enero y el 19 de mayo se habían acumulado 322.

La capital hierve en medio de las actividades de siete grandes estructuras criminales y de alrededor de 60 bandas locales: desde la Unión Tepito, la Anti Unión y la Nueva Alianza, hasta los Molina, los Canchola, el Tren de Aragua, Los Catalinos, Los Rodolfos, Los Tanzanios y Ronda 88, por citar solo algunos.

De que hay una presión contra el gobierno de Brugada lo muestra de manera clara lo sucedido ayer en Tlalpan. Según las autoridades capitalinas, las cámaras de seguridad rastrearon hasta Iztapalapa (donde gobernó Brugada) la ruta de escape de los presuntos implicados en el doble asesinato que ayer causó tristeza, rabia, indignación.

Vivimos a ciegas en una sociedad criminal, pero lo ocurrido ayer no se puede permitir. Como nunca antes, la respuesta del gobierno de Brugada tiene que ser contundente.

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