Estamos viviendo un entrono de violencia exacerbada, de agresividad descontrolada que se manifiesta en todos los ámbitos de la sociedad y es un problema que afecta a la Humanidad a nivel mundial, incluyendo a México. No nos podemos hacer de la vista gorda. Somos parte del problema y mientras más pronto nos demos cuenta será mejor ya que podremos avanzar en un camino de solución. El crecimiento aceleradísimo de este impulso que nos hace daño tiene efectos nocivos de amplio espectro que afecta a toda la pirámide poblacional: desde los más pequeños a los más viejos; de los más pobres a los más ricos; se da entre los sabios y los ignorantes, hombres y a mujeres en fin, en todos los niveles. Crece a la sombra de la impunidad y se potencia con el disimulo social.
El abuso, el crímen, la impunidad, la ruptura del tejido social tienen un inicio y es muy doloroso ver como está afectando a nuestros niños y jóvenes. El abuso, el bullying, la violencia doméstica y escolar está creciendo con un impetú irrefrenable sin que nadie parezca querer ponerle un alto. Atestiguamos este fenómeno y tenemos el impulso de mirar a otro lado, de fingir demensia y de justificar que a nosotros no nos toca resolver ese problema. Lo vemos desde la periferia en vez de tomar el toro por los cuernos. Es preciso meter las manos para recomponer el rumbo.
Toca a la autoridad, ya sea en el ámbito familiar, escolar, laboral o fuera de él, la responsabilidad de tomar medidas enérgicas y efectivas en caso de violencia o abuso. Sacar las manos nos vuelve cómplices, porque, tal como dice el dicho: tanto peca el que mata a la vaca como el que le jala la pata. ¿Qué debemos hacer?
Habrá que empezar por tomar en serio las denuncias: La autoridad debe hacer caso cuando se entere cualquier denuncia de abuso y hacer una investigación completa. Minimizar los incidentes no es opción. Es importante pasar a la acción y tomar medidas inmediatas para proteger a la víctima.
Desde luego, lo lógico y que no siempre se hace es apoyar a la víctima. El disimulo, la inacción es una forma de hipocrecía que solapa al victimario. La autoridad debe brindar apoyo a la víctima, ya sea con asesoramiento directo o derivándolos a profesionales capacitados en la materia. Por supuesto, es preciso garantizar la seguridad de la víctima y tomar medidas para prevenir futuros incidentes.
Hay que mirar de frente el problema y concientizarlo. Es responsabilidad direcgta de la autoridad abrir el tema frente a la comunidad hablar sobre el problema sin tapujos, informar de sus efectos y formas de cómo prevenirlo. Se pueden organizar programas educativos con el objetivo de aumentar la conciencia sobre el acoso escolar y cómo evitarlo.
Claro, hay que acabar con la impunidad. Si el abusador sigue impune, lo volverá a hacer y lo más seguro es que eleve el nivel de violencia. Hay que imponer sanciones. Si se encuentra que alguien ha estado acosando a otro, la autoridad debe imponer consecuencias adecuadas. Esto puede incluir castigos disciplinarios, la suspensión o retiro del acosador, así como medidas legales si el acoso ha cruzado líneas de delito.
Fomentar un entorno seguro es responsabilidad de todo, especialmente de quienes están a cargo. La autoridad debe tomar medidas para propiciar un entorno seguro y respetuoso en el que no se tolere el acoso ni la violencia de ningún estilo. Para ello, hay que incluir la implementación de políticas y programas que promuevan la inclusión, el respeto y la diversidad en la comunidad.
Basta de hacernos los disimulados y de darnos justificaciones para no sentir que somos parte del problema. Es muy probable que quienes leen estas líneas hayan sufrido en lo personal un evento violento o conozcan a alguien que haya sufrido de algún abusato. Por ello, es importante que la autoridad tome medidas efectivas para prevenir y abordar estos problemas que rompen nuestro tejido social. El bullyin, el acoso, la violencia deben parar ya. Al hacerlo, podemos ayudar a garantizar que todos los miembros de la comunidad se sientan seguros y respetados.