Los seres humanos siempre hemos mirado con curiosidad a los confines del mundo. La aventura de llegar más allá, de ser las primeras personas en pisar ciertos lares ha sido lo que ha impulsado a esos espíritus inquietos que necesitan ampliar las fronteras. El límite no es un confín, es un reto. Varias naciones consideraban que ser el primero en llegar hasta allá y conquistar tendría un valor económico incalculable, pero para los propios exploradores también era una gloriosa aventura en busca de la inmortalidad. Hoy, parece que esas ansias se han despertado en Donald Trump y en su equipo. Están mostrando interés en Groenlandia, aunque nadie les ha ofrecido esa alternativa. Hasta donde nos quedamos, la isla de hielo no está en venta.
Desde la Constitución de Dinamarca de 1953, Groenlandia forma parte del Reino de Danés con una relación conocida como: Rigsfællesskabet, mancomunidad de la corona danesa. Pareciera que ahora los habitantes de esta isla gélida, en la que los Estados Unidos tienen la única base militar que hay en el Polo Norte, enfrentan la disyuntiva de dejar de ser parte del reino de Dinamarca y ser una estrella más en la bandera estadounidense. Digo que parece porque los únicos que sienten ese interés son la gente de Trump y las fuerzas del Naleraq, un partido radical e independentista. Los demás están uniendo fuerzas y se agrupan en torno a Dinamarca para cerrar filas frente a este interés anexionista de Donald Trump.
Cómo estará la situación que incluso el partido demócrata en Groenlandia que está a favor de independizarse de Dinamarca —aunque no de forma tan radical como los de Naleraq— apoyan la unidad para dar batalla a lo que en esas tierras se percibe como una falta de respeto por parte del presidente de los Estados Unidos. La visita de J.D. Vance no se ve con buenos ojos, se percibe como una intención de intervencionismo grosero. La Unión Europea está dando su apoyo a los daneses para hacerle frente a esta majadería.
“Nos tomamos muy en serio las amenazas de Estados Unidos; vienen por nosotros y quieren lo que es nuestro”, sostiene Bo Martinsen, diputado del partido demócrata de Dinamarca. “No estamos en venta, ni lo estaremos jamás”, sentencia el político liberal, de ascendencia danesa y groenlandesa.
Groenlandia merece un trato de iguales. Me imagino que, si los habitantes de esta isla de hielo les preguntan a los habitantes de la isla de Puerto Rico, se darán una idea de lo que les espera en términos de trato. Cuando, durante la primera administración Trump, Puerto Rico se vio muy afectado por los huracanes Irma y María, el mandatario dijo que tardó mucho en mandar ayuda porque le parecía que estaban muy lejos.
Las alertas se encienden. Coincide con la presencia del vicepresidente Vance en la isla ártica con la del ministro de Defensa danés, Troels Lund Poulsen, que viajará a Groenlandia en las próximas semanas. Y el rey Federico X de Dinamarca difundió un comunicado en las redes sociales: “Vivimos en una realidad alterada. No debe haber duda de que mi amor por Groenlandia y mi conexión con el pueblo groenlandés están intactos”.
Los tableros de alerta parecen foquitos de Navidad frente a esta amenaza anexión en los últimos meses ya dejó de parecer una ocurrencia más de un bocazas y parece más un peligro serio. Trump ha reiterado que Estados Unidos debe controlar la isla, de enorme valor geoestratégico, para “garantizar la seguridad nacional e internacional”. “Iremos tan lejos como tengamos que ir. Necesitamos Groenlandia y el mundo, incluida Dinamarca, necesita que la tengamos”, manifestó el presidente Trump.
La situación de Groenlandia ya pasó de lo grotesco a lo delicado. Es claro que las ansias de aventura de Trump nos recuerdan las de esos exploradores que en el pasado quisieron ser los primeros en llegar. Quizás Trump esté haciendo cuentas sobre ese valor incalculable y eso en Copenhague no se ve bien.