Andrés Manuel López Obrador es un hombre mediático. Es tan evidente que esta verdad parece redundante. Su presencia es fuerte y asume el control de la agenda política de la nación. Todos los días está a cuadro y de viva voz da cuenta de los asuntos que considera pertinentes. Es el propio presidente quien decide lo que es relevante y lo que merece captar la atención de los temas del Estado Mexicano que el dirige. Para efectos prácticos, él es su propio vocero y no necesita terceros para que digan lo que él quiere expresar. Por eso, su ausencia fue tan notoria y las preocupaciones en torno a su salud se detonaron tan rápido.

El hecho de que López Obrador funja como su propia oficina de comunicación no quiere decir que lo esté haciendo en forma profesional. Lo hace a su modo y eso es todo. No delega esas funciones. Las ejerce y es claro que las disfruta y que como es una de las ocupaciones que más le gustan, por lo general, no las comparte y si alguien quiere entrar en ese terreno, sabe que recibirá un manazo. 

Es por ello que las alertas se encienden cuando no lo vemos. Si la salud del mandatario es un tema de interés nacional, cuando una de las tareas que más le gustan y que no delega, se ejercen por un Secretario de Gobernación como Adán Augusto López, que más que certezas, alborotó las suspicacias, se entiende la inquietud que se encendió. En estricta justicia, las explicaciones que dio el Secretario de Salud tampoco ayudaron a tranquilizar el ánimo. Su parte médico más pareció un discurso político que un onforme científico. Daba la impresión de que se estaba tapado el sol con un dedo y que no nos estaban diciendo la verdad.

La costumbre se hace regla. Dejar de ver a un presidente al que le gusta estar exponiendo todos los días, preocupa. Haber dejado de ver a Enrique Peña Nieto cuatro días no hubiera angustiado a nadie o si Ernesto Zedillo se hubiera escondido con todo propósito en Los Pinos, habría pasado desapercibido. Con otros mandatarios, si el ejecutivo no se presentaba frente a los medios, su vocero hubiera tomado las riendas sin que a nadie le hubiera llamado la atención ese hecho. Por ejemplo, el presidente Carlos Salinas de Gortari tuvo una intervención quirúrgica por un tema ortopédico y pocos se enteraron.

Las mañaneras han sido una de las herramientas insignia de esta administración, sin embargo, también tienen un riesgo. El manejo de la comunicación es un proceso profesional y la conducción de una crisis se refiere a gestionar un evento delicado mediante diferentes técnicas que buscan anticipar los impactos que pueden causar una situación adversa y de esta forma minimizar o evitar el daño que pueda ocasionar. Es de tener mucha más consideración cuando se trata de un Jefe de Estado, ya que las repercusiones pueden escalar y afectar áreas en forma innecesaria.

En las crisis, salen a la luz cualidades y defectos de las instituciones. La fortaleza que ha significado la mañanera para el presidente, se convirtió en una amenaza que asustó a muchos. Además, nos dejó ver algo que ya está siendo cada vez más evidente: la falta de transparencia de la primera administración de la 4T. La opacidad con la que se manejó el evento de salud del mandatario mexicano fue lo que encendió la chispa de la rumorología. El mensaje en Twitter de López Obrador informando que tenía Covid-19 otra vez se destiñó ante el chisme —que luego el propio mandatario confirmó— de que se había desvanecido. El desmayo de un funcionario de tan alto nivel, asusta.

Se cometieron todos los errores que los manuales de manejo de crisis dicen que se deben evitar: “No dejar pasar tiempo, actuar rápido, es importante que la respuesta inicial sea en la primera hora”, se tardaron. “Siempre hay que ser preciso al momento de comprobar los hechos”, fueron inexactos. “Sé coherente”, lo que decían sonaba inconexo, se les veía preocupados. “Mantener informados a los portavoces sobre la crisis”, los portavoces fueron ministros a los que no se les veía con ganas de compartir la información real, no el portavoz de la presidencia.

Por fin, después de días sin su presencia, vimos al presidente en un video de dieciocho minutos, explicándonos lo que le sucedió y nos volvió el alma al cuerpo. Ni los secretarios de Gobernación y Salud ni su esposa nos dieron la tranquilidad que se logró al verlo a él. No es mezquindad, es que a eso nos ha tenido acostumbrado. Si la presencia del presidente ha sido una huella de identidad, no es de sorprenderse los efectos que causa su ausencia.