Me llama la atención las descripciones y narraciones que con no poca frecuencia hacen los locutores respecto a los comportamientos, reacciones y actitudes que en ocasiones tienen los deportistas cuando el estrés, la frustración, la rabia, etcétera hace su aparición.
“Se desató la pasión”, dicen cuando comienzan a pelear debido a que ven perdido el partido. Y lo dicen en tono de validación, como dando por hecho que tales comportamientos son esperados, normales, válidos, propios de las justas deportivas cuando uno de los dos equipos pierde.
“Explotó la chispa”, una expresión utilizada cuando algún o algunos jugadores se van encima del árbitro porque no están de acuerdo con su decisión; entonces su enojo hace explosión y lo vuelcan contra una persona que califica decide con base a su percepción.
“El ambiente está tenso”, argumento utilizado para explicar los motivos de un director técnico que no pudo mantenerse en su zona, sino que entró a la cancha para propinarle un puntapié al jugador contrario porque desde su punto de vista jugó rudo contra uno de sus pupilos.
Y cuando de plano se arman los golpes todos contra todos, podemos escuchar: “se nota que traen la camisa bien puesta”. Una expresión que pretende justificar la manera en que resuelven los acontecimientos de la justa deportiva.
Y ¿qué dicen los comentaristas cuando los jugadores se voltean a la tribuna para gritar improperios a la barra del equipo contrario? Cualquier cosa que naturaliza algo que mínimo es un atentado contra el Fair Play, es decir, contra el respeto que se les debe a los aficionados.
Desde el enfoque de la salud mental y de la prevención de la violencia, lo descrito renglones arriba —las reacciones desbordadas y en ocasiones violentas de los deportistas y la narración de los locutores— no es algo banal, sino acontecimientos a tener en cuenta, debido a que tanto los comportamientos de los deportistas como las palabras utilizadas por los comentaristas transmiten mensaje y significado a la audiencia. Más importante cuando la audiencia es menor de edad. Me explico.
No debemos perder de vista que los deportistas son modelo aspiracional de muchas niñas, niños y adolescentes. Pero sucede que no sólo desean ser como ellos en el aspecto deportivo, sino que, al ver su desempeño, su manera de reaccionar ante las decisiones de los árbitros, ante el resultado del encuentro deportivo —sobre todo cuando pierden—, ante la reacción de la tribuna que por momentos alienta, pero en ocasiones presiona, ante la presión de los contrincantes, etcétera, las niñas, niños y adolescentes, hacen suyos comportamientos y actitudes.
En una ocasión dialogando con un adolescente muy competente en el deporte, al mismo tiempo que con problemas de impulsividad, los cuales se reflejaban en la cancha, trayéndole como consecuencia, constantes amonestaciones y expulsiones, así como trifulcas con sus contrincantes, me explicaba que podía reconocer los problemas que sus reacciones le generaban, pero al mismo tiempo no entendía por qué le pedían que actuara de otra forma. Su confusión estaba basada en el hecho, justamente, de que para él esto no era dificultad en el manejo de sus emociones, sino, o bien, “pasión deportiva”, o lo mínimo que toca hacer ante las condiciones del encuentro deportivo y la dureza de los contrincantes.
Al preguntarle de dónde asociaba sus comportamientos desbordados con pasión deportiva, dijo, precisamente, que de la manera en que reaccionan los jugadores profesionales cuando están en situaciones extremas, de presión o estrés. Los ve en el estadio o en la televisión. Y cuando es en una transmisión televisiva, los locutores así lo reafirman: pasión, camisa bien puesta, la chispa que hace explosión, respuesta al ambiente tenso, etcétera.
Con frecuencia cuando los deportistas terminan rompiendo las reglas del Fair Play —peleando, insultando o agrediendo al árbitro, violentando a los contrincantes o al público, etcétera— mucho tiene que ver con que sus habilidades socioemocionales están limitadas o fueron rebasadas; tiene que ver con que la capacidad para manejar el estrés y la presión se agotó. Es decir, obedece a una limitación o rebase emocional del deportista. Y esto que menciono no es para juzgar o criticarlos, sino sólo para decir que sería conveniente que los locutores construyeran una narrativa que no normalice la violencia ni los comportamientos que obedecen a limitaciones socioemocionales, sino que deje en evidencia la importancia de fortalecer no sólo las habilidades físicas, sino también las socioemocionales, pues son muchos los ojos puestos en las justas deportivas, y algunos de esos ojos son de niñas, niños y adolescentes que aspiran a jugar, reaccionar y comportarse como sus ídolos.
Por supuesto que en la cancha también vemos a deportistas con habilidades socioemocionales al alza. Suelen ser esos que no pierden la cabeza, y, que, gracias a ello, tratan de calmar a sus compañeros; son esos que aun en medio de la trifulca usan la palabra para resolver la situación; son esos que no pelean con el contrincante ganador, sino que pueden felicitarlo, gracias a que logran procesar su propia frustración y desilusión. Valdría la pena exaltar estas habilidades, aptitudes y comportamientos, a estos deportistas.