Este domingo se consagrará en las urnas el berrinche de Andrés Manuel López Obrador. La venganza del expresidente contra la Suprema Corte de Justicia, en su mente perversa, estrecha y absolutista, acabará con la República que dos generaciones conocieron y nos regresará a la era del partido hegemónico y autoritario una vez que se consuma en las urnas lo que desde septiembre ya era un hecho: un sistema de juzgadores electos por la voluntad popular, en un proceso ilegítimo desde un principio al ser aprobada su reforma judicial por una mayoría calificada ficticia, cuyo camino espurio hacia la transformación negativa de México marcará el final de la transición democrática que nunca llegó a consolidarse.
Dice la presidenta Claudia Sheinbaum que no habrá un Poder Judicial más democrático que aquel que emane de la voluntad popular. Qué otra cosa puede decir. Ella piensa como López Obrador, violador sistemático de la legalidad, sangre de su sangre política y que suele confundir el concepto de democracia, que busca un equilibrio de poderes, no el sometimiento de todos los poderes al Ejecutivo, que es lo que va a suceder. Su afirmación superficial, que nunca desarrolló como argumento, se cae como un castillo de papel. Nadie sabe si de entre las más de tres mil personas que se apuntaron al proceso saldrán buenos juzgadores, pero sí se sabe que la decisión del voto no dependerá de quién era la mejor o mejor capacitado, sino quién tenía el respaldo político y económico para llevar personas a las urnas.
La movilización corporativa está en marcha, con exigencias desde Palacio Nacional para que los gobernadores del régimen lleven el domingo a las urnas del 10 al 20% de su padrón electoral local. El voto está inducido mediante acordeones que circulan abiertamente, donde se señala en plantillas los nombres de quienes deberán escoger. Los medios han documentado hasta ahora que varios gobiernos de Morena, incluido su bastión en la Ciudad de México, y uno de Movimiento Ciudadano en Nuevo León, participan de esta manipulación profundamente antidemocrática.
El daño a la Nación se consumó en septiembre, pero lo que busca ahora Sheinbaum es darle legitimidad con un alto número de votos, por lo que ha polarizado la elección, donde votar es ser de izquierda, aunque el método para conseguirlos sea similar al que utilizan las dictaduras, y no votar es de derecha, descalificando incluso a aquellos que coinciden con su proyecto general. Los cálculos de participación van del 10 al 20% del padrón electoral -que coincide con lo que exigieron a los gobernadores-, pero cualquiera que sea el resultado, tendrá una enorme mancha de sospecha sobre lo que salió.
Los arquitectos de este bodrio no estuvieron preocupados por ello, y contó con cómplices en el camino. El Instituto Nacional Electoral organizó una elección que no será contada por los ciudadanos, sino por ellos, no en las casillas, sino en los distritos electorales, y no se cancelarán las boletas no utilizadas, algunas de las cuales, como se ha denunciado, están marcadas desde hace algunos días. Es decir, lo que antes era abierto y transparente, ahora será cerrado y opaco.
Lo más candente de la elección ha sido la discusión entre quienes anuncian que no irán a votar, y los que sí lo harán. El debate es sobre la legitimidad del proceso, donde quienes piden el boicot alegan que una baja participación mostrará el poco apoyo de la reforma al proceso. Su razonamiento es correcto, pero no para el México en el que hoy vivimos. Al régimen no le importa si tiene legitimidad o no, porque no le cuesta. La presidenta está reprobada en prácticamente todos los rubros de su gestión, pero mantiene una aprobación de más de 7 de cada 10 mexicanos, a quienes tampoco parece interesarles la elección. En una reciente encuesta de Enkoll, el 86% dijo estar enterado de la elección, mientras que el 77% dijo que no sabe quiénes competirán. ¿Y? ¿Algún problema?
Damián Godoy, [29/05/2025 02:28 p. m.]
Lo que sí mostraron los encuestados de Enkoll, fue optimismo. El 65% dice que aumentará la confianza al Poder Judicial, porque, como respondió el 60%, reducirá la corrupción. No hay indicios de que esto vaya a suceder, sino todo lo contrario. Los análisis de quienes saben de cuestiones judiciales, incluidos especialistas que simpatizan con el régimen, entre quienes se encuentran algunos que diseñaron la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México para Sheinbaum, consideran que será una regresión.
No se están esperando a ver los resultados del nuevo Poder Judicial, que es la forma como se mide si algo funcionó o no, sino a la profunda incertidumbre jurídica que este inédito modelo en el mundo, significa. El campo es tan abierto, que sería el equivalente a votar por el doctor que le hará un trasplante de corazón, o que los pasajeros voten por un piloto para depositar sus vidas en las manos de cualquiera confiando en que los llevará sin peligro a su destino. Por supuesto hay muchos aspirantes que tienen méritos como juzgadores, aunque quizás no todos para los retos que tienen enfrente, como una ministra de la Corte que recuerdan sus compañeros en la Facultad como una estudiante buena para nada, y otra que por tener una relación con el colaborador de un muy alto funcionario, ganó su pase automático al máximo tribunal mexicano.
Las entrañas que ha mostrado esta transformación del Poder Judicial están trasladándose de lo subjetivo -las percepciones ominosas- a la realidad, como el freno de la inversión extranjera, la mudanza de multinacionales agobiadas por la corrupción, y la idea global que la democracia mexicana está agonizando. Lo que anticipan hoy los expertos es que la justicia que dice el régimen vendrá en los tribunales, producirá resultados contrarios para quienes menos tienen, y no desaparecerán las injusticias que existen hoy. La solución de litigios se decidirá en la medida de los apoyos del régimen o la profundidad del bolsillo. Es cierto que no sabemos que vendrá en el futuro, pero los escenarios dramáticos planteados se nutren de lo que estamos viviendo en el presente, derivado del berrinche vitriólico de un solo hombre.
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