Generalmente resulta interesante participar de entrevistas y diálogos. Recientemente, Fermín Molina, del Podcast: Nené en casa, me preguntó: “¿Qué les dirías a los padres, a los hombres que quieren practicar una crianza más activa, más cercana con sus hijos, para lograrlo?”.
La pregunta llevaba implícito el hecho de que venimos de haber sido criados por unos hombres muy centrados en el rol de proveedores y, aunque nos amaron, las manifestaciones vinculares no fueron una constante; me refiero a las manifestaciones de cariño y calidez explícitas: besos, abrazos, palabras tiernas, amables, alentadoras, etcétera. Lo cual hoy hace difícil un ejercicio de la paternidad diferente, uno más integral, que no se reduzca el rol de proveedor.
¿Qué decirles a los congéneres? Invitarlos a meter a sus hijas e hijos en sus respectivas agendas. ¿Por qué? Porque en este mundo hecho para muchas cosas, pero no para la crianza, el tiempo y la energía nos consume y no deja lugar para la cercanía y la convivencia placentera con las hijas e hijos.
Vivimos en una sociedad donde el cruce del capitalismo, el patriarcado, el consumismo y el individualismo se convierten en los hilos que mueven la vida de las personas. Lo cual induce a los hombres a quedar lejos de la vida doméstica y de la vida familiar al ser este un sistema que aún los mira como mano de obra para la producción de capital. Al mismo tiempo que continúa dejando sobre los hombros de las mujeres estas labores, la del trabajo doméstico y la del cuidado —sí, aún las mujeres dedican tres veces más de tiempo que los hombres a estos rubros.
Es probable que muchos hombres no puedan meter en su agenda la labor de crianza. Hace tiempo, en la última de una serie de conferencias que di en una empresa a la que fui invitado, un obrero me dijo con toda honestidad y con cierta tristeza: “Psicólogo, lo felicito, sus pláticas estuvieron muy bien; lo que me pregunto es en qué momento puedo aplicar con mis hijos todo eso que dijo, si yo salgo de mi casa cuando aún no despiertan y regreso cuando ya están dormidos”. Su planteamiento dejaba al desnudo el exceso de horas que le imponían en dicha empresa, más de las que permite la Ley Federal del Trabajo.
“Por lo menos te pagan horas extras, tal y como exige la ley”, le pregunté con la intención de recordar la normatividad vigente. “Claro que no. Aquí el criterio es que te puedes retirar cuando termines tu carga de trabajo; obviamente todos los días la carga es excesiva”, agregó.
También dejó claro que, aunque se está perdiendo el crecimiento de sus hijos, por el momento no tiene otra opción, pues o se alinea a la dinámica de la empresa donde labora o lo despiden. Y para él eso no es una opción, pues de él depende su familia.
Las condiciones laborales deben cambiar para que las paternidades efectivas y afectivas puedan ser una realidad en nuestra sociedad. El Estado, las instituciones y los individuos —sobre todo los hombres— tenemos mucho trabajo por hacer en este rubro. Es necesario que los horarios sean respetados. Que quienes tienen bebés o niñas y niños pequeños tengan horarios corridos —y si se puede con jornadas menores a ocho horas—. Licencias de paternidad más largas.
Existen otros hombres que, a diferencia del obrero de renglones arriba, sí tienen un margen de acción para manejar su propia agenda. Pero aun así sus hijas e hijos no ocupan un espacio importante. ¿Por qué? Porque generalmente no se dan cuenta que están atrapados en dinámicas de autoexplotación. Cuando se les pregunta por qué no están más tiempo con sus hijos, suelen responder que porque están trabajando para darles lo que necesitan, un buen nivel de vida y dejarles un patrimonio.
Estos hombres le están dando cosas a sus hijas o hijos con su tiempo, tiempo que invierten en trabajar para generar el dinero necesario para darles esas cosas, privándolos en este acto de lo más valioso, su presencia, su vínculo, su mirada.
Si puedes meterlos en tu agenda no lo dudes. Una vez que esto se logra, la segunda invitación sería a estar con ellas/ellos en total conexión, sin interrupciones del trabajo a través del Smartphone, sino haciendo este aparato a un lado para entrar en una dimensión vincular profundamente humana de la cual ambas partes salen beneficiadas: los padres se vuelven más sensibles, creativos, solidarios, altruistas, líderes, colaboradores, tiernos. Mientras que las hijas e hijos crecen con mayor seguridad, con menores estereotipos de género; los hijos con mejor manejo de la impulsividad y habilidad en el lenguaje y la espiritualidad; las hijas con capacidades para las matemáticas y los números y el afrontamiento —todo esto dice la evidencia en los estudios de paternidad.
Que el sistema imperante no nos atrape. Importa más producir humanidad que capital.
Aquí tenemos una tarea los hombres: involucrarnos en los cuidados para con las hijas e hijos, luchar para crear las condiciones para que la parentalidad sea posible, no sólo propia, sino la de los congéneres en general. Manos a la obra.