El 11 de mayo, un día después del Día de la Madre, una colega promotora del buen trato hacia niñas y niños, me etiquetó en una publicación que hizo en redes sociales, cuyas palabras fueron las siguientes:
“Ayer fue muy triste encontrar una vez más, comentarios de muchas mamás y personas en general validando la violencia contra niñas y niños escudándose en los chistes de la “chancla”, yo no podía creer el nivel de crueldad, dándose consejos de cómo dar más miedo a niños y niñas”.
Sí, desafortunadamente, ese día y los que le siguieron pudimos ver múltiples manifestaciones de la figura de mamá asociada a la “chancla voladora”, manifestaciones que perpetúan prácticas de crianza hoy prohibidas en la Ley General de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes y el Código Civil Federal. Y que, además, colocan como ícono del castigo corporal a las madres, como si los padres, docentes, instructores/as deportivos/as y otras personas no incurrieran en dichas prácticas, también.
En una publicación en redes sociales pudimos ver un concurso en un patio de una escuela, donde se llevaba a cabo el festejo del Día de la Madre, el cual consistía en lanzarle una chancla a enseres del hogar (cubetas, vasos, etcétera). La mujer que fuera capaz de atinarle a alguno, se lo llevaba a casa.
A un “creador de contenido”, se le ocurrió la idea de premiar con cincuenta pesos a las mamás que se encontraba en una plaza pública con sus hijos, si lograban tumbar con una chancla una botella colocada en la cabeza de su respectivo hijo. Si lo lograba el premio aumentaba: ahora podría ganar cien pesos lanzando la chancla desde una distancia mayor.
Y, sí, muchos comentarios de risas o apoyo a esos “juegos”; si la mujer fallaba con la chancla: “Uh, no tiene práctica; no ha de saber educar”, “Mi mamá no fallaba una conmigo, incluso desde más lejos”, etcétera.
¿Por qué tantas risas y poca indignación ante esos “juegos” transmitidos por medios de información y comunicación?
Mucho tiene que ver con la naturalización de las prácticas de crianza sin duda maltratantes, como lo son el castigo corporal y el castigo humillante.
Pero ¿por qué su naturalización? Porque cuando la niña o niño recibe este tipo de castigos el miedo es proporcional a la natural dependencia que guarda hacia quien más debería protegerle y amarle: su mamá/papá. Entonces se hace necesario darle un “acomodo”, un sentido a la experiencia atemorizante y dolorosa. Lo cual traerá como resultado asumir la culpa del castigo recibido.
Es así porque, además, después del golpe, suelen venir argumentos del tipo: “Lo hago para que entiendas”, “Es que no haces caso de otro modo”, etcétera.
Con esas memorias en la cabeza, la niña o niño se convierte en una persona adulta que pensará que lo que le hicieron fue por su bien, que dichos castigos no perjudicaron su desarrollo psicológico, que “más vale una nalgadita a tiempo”, que por una vez que le peguen al niño no se va a traumar, etcétera.
De esta manera banalizará este tipo de prácticas de crianza. Y para mantener a raya, a través de los años, los recuerdos infantiles asociados al miedo, mejor se reirá de sus manifestaciones, o, incluso, será ella o él —ahora convertida en una persona adulta— quien organizará juegos como los arriba descritos. Es algo así como “reír para no llorar”, aún en la actualidad.
Por otro lado, las personas que hemos estudiado y problematizado el castigo corporal y el castigo humillante, pero, sobre todo que hemos resignificado los efectos de los castigos y otras prácticas de crianza autoritarias padecidas en la propia infancia, hoy no nos identificamos más con la persona agresora, sino con la niña o niño agredido. De ahí que este tipo de “juegos” no nos resulten divertidos, ni chistosos, sino denigrantes, burdos, inhumanos, estigmatizadores de las mamás, etcétera.
El problema con estos “juegos” y su divulgación es que contribuyen a los fenómenos psicosociales de naturalización y de insensibilización. La gente ve esta práctica como normal y a través de la risa fácil va perdiendo sensibilidad acerca de eso que ve.
Es decir, estos “juegos” y su divulgación no es cosa menor. De ahí la indignación y preocupación de mi colega, reacción que comparto como trabajador de la salud mental, pues de esta manera será más difícil erradicar las prácticas de crianza perjudiciales, y por perjudiciales, hoy prohibidas por la ley.
Mi colega cierra su publicación en redes sociales con esta cita del libro de mi autoría “Cero golpes”: “Urge prevenir y erradicar el castigo corporal, porque este tipo de violencia siembra las bases de la legitimidad normativa de todas las formas de violencia, es decir, la aceptación social de una práctica disciplinaria dañina, común y cotidiana siembra el piso para múltiples prácticas perniciosas sociales que nos deshumanizan, nos hacen perder el respeto y la sensibilidad no solo por las otras personas, sino por todo lo vivo ( los animales, la naturaleza, el medio ambiente…)”.
“Hay mucho por hacer todavía”, dice mi colega. La secundo. Sigamos haciendo en pro del buen trato, en pro da las nuevas generaciones.