Se pensaría que en lugares donde no ha existido la impartición de justicia pronta y expedita, y aún en la actualidad sigue siendo muy deficiente, la elección judicial entusiasmaría por abrir una ventana para incidir en la conformación de un poder que para la mayoría de la gente siempre ha sido abstracto, inasible, y un ámbito inalcanzable sobre el que ha pesado la sospecha que baila al son del dinero y del influyentismo. Pero si en ciudades o regiones del país donde hay un largo historial de activa y decidida participación ciudadana en los asuntos públicos, la desconfianza en el poder judicial no se tradujo en acudir masivamente a las urnas ¿que podría esperarse de regiones como la Sierra Gorda donde el control de la voluntad de los ciudadanos todavía se consigue con unas cuantas láminas, algunos bultos de cemento, unos tramos de manguera, pacas de alfalfa, un tinaco, una Tarjeta Rosa o de Bienestar, y donde las instituciones han ido perdiendo terreno ante las redes delincuenciales que no solo imponen su ley en calles y caminos, sino también están enquistadas entre las burocracias municipales y las policías?

Las cifras del desinterés…

En los cuatro municipios situados al interior de la Sierra Gorda guanajuatense, los datos arrojados el 1 de junio, dan cuenta, que en la mayoría de la población la elección no despertó interés. En las cinco casillas instaladas en Atarjea, solo votaron 410 personas de una lista nominal de 4 mil 524. Lo que se traduce en que únicamente acudieron 9 de cada 100 votantes posibles. En Santa Catarina donde también hubo 5 casillas, de 5 mil 108 electores solo acudieron 493, arrojando una participación del 9.65 %. En Xichú, de 7 mil 588 ciudadanos y ciudadanas, participaron 858 (11.31 % del total). Pero el desinterés llego al grado que en la casilla ubicada en la localidad San Diego de las Pithayas, solo sufragó el 1.8 %, o en la de Misión Santa Rosa el 4.1%.

En Victoria, aun cuando Morena ahí gobierna, se dio la participación más baja de toda la zona. De 16 mil 673 posibles votantes, solo llegaron 1 mil 201, lo que resulta en que solo el 7 por ciento de la población se interesó en acudir. No se pueden argumentar dificultades operativas, pues en las casillas instaladas en algunas de sus comunidades con mayor población, situadas a lo largo de su planicie mejor comunicada (Cañada de Moreno, Cieneguilla, Cañada de Higueras, El Carmen, Misión de Arnedo) la votación estuvo de 6 por ciento hacia abajo.

Observadores locales relatan, que en Atarjea fue notable la ausencia de jóvenes, en su mayoría los votantes eran adultos o adultos mayores, también profesionistas, y con una marcada tendencia de simpatizantes de morena. Ese mismo perfil de los electores se repitió en el resto de los municipios serranos. Pero hasta en quienes acudieron solo por cumplir el deber cívico, y en algunos funcionarios de casilla consultados, quedó la desazón de haber sido convocados a elegir candidatas y candidatos desconocidos, sumado a lo complicado del procedimiento para emitir el voto.

Desde el sexenio pasado la cúpula de Morena encontró en la liturgia del “pueblo bueno, sabio, y mucha pieza”, la vía para legitimar muchos de sus movimientos en el ajedrez político nacional; en público no lo aceptarán, pero esta vez les falló el cálculo y recibieron una señal inquietante que apunta hacia el futuro cercano: ni sus clientelas más fieles salieron en masa a respaldar lo que parece haber sido uno de los lances más erráticos y onerosos del ex presidente López Obrador.

Recuerdos de lo inverosímil…

Si hoy en día, con todos los recursos técnicos y materiales al alcance, es frecuente que muchos delitos queden impunes, hace algunas décadas, en el interior de la sierra, era impensable que ni siquiera una carpeta de investigación se integrara con consistencia, de modo que la autoridad ministerial proveyera de elementos a los encargados de impartir justicia.

A principios de los ochenta, cuando había un homicidio, ya que el cuerpo estaba en un cuarto contiguo al camposanto, nombrado “El descanso”, no tardaba en pasar por la calle un hombre alto, de andar pausado, llevaba en las manos una cubeta donde se alcanzaba a distinguir una botella de vino, una especie de serrucho y una larga y filosa puntilla. Era el agente del Ministerio Público. Por esos años, el cargo lo desempeñaba algún recomendado del alcalde, apoyado en sus funciones por el síndico.

El semblante de aquel hombre parecía nervioso, al caminar escupía mucho porque para esas ocasiones animaba su cuerpo con sorbos de tequila. En la escena del crimen, fijaba puntos con hilos, caminaba para un lado y otro, hacia cálculos. Pero además, encabezaba la autopsia. Para esa labor solía auxiliarse del juez del poblado, de quien se conocían sus habilidades para matar chivos, puercos, borregos (cuando se agasajaba con comida local algún político o funcionario visitante, a él se le encomendaba esa comisión). Ya estando frente al difunto, desnudo y tendido en una plancha de cemento, luego de quitarle la sabana, cobija, pedazo de hule que lo cubría, lo que enseguida sucedía era dantesco: con la filosa puntilla y el serrucho que llevaba en la cubeta, lo abrían en canal. Ya que encontraban el órgano donde estaba alojada la bala o el daño provocado por la puñalada, el agente del Ministerio Público, que con el tiempo había memorizado las partes del cuerpo, le indicaba a otra mujer del pueblo lo que debía escribir en una libreta.

Estas escenas, que parecen sacadas de las fantasías de algún novelista del realismo mágico latinoamericano, son verídicas, sucedían en tiempos no tan lejanos. Siendo un adolescente, en ese cuarto contiguo al panteón, yo mismo pude observar como auscultaban con esos procedimientos, un difunto al que el cuchillo del asesino le había perforado el pulmón….