Guanajuato, Gto.- En el corazón del Parque Ecológico El Orito, una de las reservas naturales insertas dentro de la mancha urbana de la ciudad de Guanajuato capital, yacen los restos de lo que alguna vez fue una vasta hacienda minera. La mayoría de los visitantes apenas notan los vestigios: un pedazo de muro desmoronado aquí, un montículo de piedras allá… Pero basta con escudriñar los cerros y los matorrales, internarse un poco más entre los árboles y las veredas cubiertas de vegetación, para descubrir un complejo de estructuras que sugiere que en esta zona se desarrolló hace mucho tiempo una operación minera de dimensiones considerables.
Lo que queda a la vista son apenas fragmentos: muros gruesos de piedra, estructuras sin techumbre, restos de construcciones semienterradas, tiros verticales que bajan en línea recta a las oscuras profundidades. Y lo más asombroso: bajo tierra, entre la maleza y los troncos caídos, encontramos túneles que se extienden por decenas de metros, socavones que se internan en la roca viva, algunos parcialmente colapsados, otros simplemente tragados por la oscuridad, o bloqueados con rejas metálicas para seguridad de los visitantes.

Un muro perimetral de mampostería, del cual sobreviven todavía grandes fragmentos y que rodeaba toda el área construida, revela que el complejo abarcaba varias hectáreas. Además, hay numerosas represas construidas a lo largo del cauce del río que atraviesa esta zona, las cuales seguramente suministraban el agua que se requería en los procesos de extracción de minerales.
No existe una versión definitiva sobre el origen de estas ruinas. No hay placas conmemorativas, ni folletos turísticos, ni registros históricos precisos que indiquen las fechas en las que estuvo activa o qué nombre pudo haber tenido. Sólo se sabe que entre los siglos XVII y XIX, en esta región de Guanajuato se vivió una fiebre minera que dejó huellas profundas, tanto físicas como culturales. Muy cerca de aquí se encuentra Mineral de Santa Ana, uno de los primeros asentamientos mineros del estado, y es probable que El Orito haya formado parte de ese mismo circuito extractivo.





Hoy, las ruinas de El Orito son parte del paisaje, devoradas lentamente por el bosque, ignoradas por muchos caminantes. Pero a quienes se detienen a observar con atención, les hablan en susurros de una época de riqueza minera, de trabajo duro y de abundantes ríos. Una historia que ha quedado atrapada en la piedra de los muros y los sonidos milenarios de los cerros y los bosques que lo rodean.
Lamentablemente, toda esta zona se encuentra en un terrible abandono. La basura, el vandalismo y el saqueo de recursos naturales arrasan poco a poco con la riqueza natural e histórica de El Orito, un tesoro que se consume ante nuestros ojos.
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