Medellín, Colombia
“Ya no más, exigimos respeto, pueblo somos todos, que se actúe de conformidad con la dignidad del cargo…”.
Jaime Dávila Pestana Padrón
Se convocó a un paro nacional de dos días en todo Colombia. Lo curioso es que este paro es emplazado por el propio presidente Petro, un hombre que —a decir de los propios ciudadanos— ha hecho mucho: mucho prometer. Los colombianos no están muy contentos con los resultados ni con los modos del presidente que eligieron. Son opiniones de personas que trabajan manejando un taxi, atendiendo mesas, como de académicos y profesores. Seguro que Petro cuenta con apoyo de sus bases y de su cantera de electores, de otra manera, no sería presidente.
Lo que se ve no se juzga. Se convocó a un paro general en todo Colombia y el país sigue trabajando como todos los días. He visto manifestaciones, sí pero se esperaba una participación mucho más nutrida. No fueron muchos los colombianos que salieron a mostrarle apoyo a Petro.
En Medellín, los habitantes expresan que una de las aspiraciones de toda sociedad es la de vivir en paz. Quieren que los dejen trabajar y ganarse la prosperidad en calma. Claro que la paz no se logra con expresiones explosivas y comportamientos manifiestamente agresivos de los máximos representantes del Ejecutivo. ¿A qué nos recuerdan esos discursos que descalifican a los que no piensan como la gente que está en el poder?
El vocabulario soez, la descalificación, las acusaciones especulativas, la invitación a las masas en contra de uno de los poderes incitan a la violencia. Hay una gran presión para que los colombianos salgan a las calles a mostrar músculo a favor de Petro. Pero, parece que se olvidaron de que esas manifestaciones deben ser espontáneas y no dirigidas por quienes manejan el país. Una queja repetida que se escucha es que lo más grave es que se utilice el erario para financiar esa guerra inducida.
Con estupor atestigüé cómo los medios de comunicación oficiales arengaban a los adeptos al Gobierno, descalificando al Congreso, con una seguridad de juez convencido por las pruebas, sin darle la oportunidad a los acusados de defenderse. Según me explican, cada señalamiento ha sido desmentido con base en normas vigentes y aclaraciones de los protagonistas.
Pero, vemos que la tendencia en nuestros países es la de ver mandatarios que insultan, señalan, discriminan, que no reconocen sus fallas evidentes, clasifican como déspotas. Personas con esa locuacidad de la que siempre han hecho gala, que usan una labia maravillosa para convencer para que sus reformas avanzaran sin escuchar las voces que advierten los inconvenientes. Un ejecutivo que busca desprestigiar a otro poder con tal de salirse con la suya. ¿Nos resulta familiar?
Estamos viendo mandatarios a lo largo del continente que con base en intereses comunes se lograran consensos, pero que eligen usar las viejas prácticas, la confrontación, el maniqueísmo, la persecución, la victimización, con discursos incoherentes, llenos de adornos cantinflescos. Este tipo de discursos usa lenguaje violento que genera más violencia, aquí y allá.
Se habla de enemigos del pueblo y se olvidan de que pueblo somos todos. Los enemigos del pueblo son los que, sin misericordia, se enriquecen y/o satisfacen su vanidad de poder con un lenguaje que busca torcer la realidad. Es momento de dejar de crear estrategias basadas en la manipulación, en la desinformación y el odio. Es momento de buscar una cultura de paz, que no excluye la discusión. Violencia genera más violencia. No más gobiernos que dividan y conduzcan a los extremos que sin importar la ideología, son funestos. Los de aquí y los de allá.