Juan “N”, un alumno de bachillerato, hace meses avisó a sus padres que abandonaría la escuela para irse al Bajío a laborar en una empresa. En su círculo de amistades pronto se supo que en realidad había aceptado la oferta de cumplir funciones de halcón para un grupo del crimen organizado a cambio de recibir 8 mil pesos semanales, con promesa de un pronto aumento; así fue como se adentró en el monstruo del narcotráfico que, por el grado de mortandad que provocan sus actividades ilícitas, tiene una gran demanda de adolescentes y jóvenes, quienes ya estando atrapados reducen al mínimo su promedio de vida ante la enorme posibilidad de ser asesinados o destruidos por el consumo de drogas sintéticas.

En la región noreste y Sierra Gorda, existen 55 opciones de educación media superior (Sabes, Bachillerato Tecnológico y Agropecuario, Cecyte, Conalep, Emsad, Telebachillerato); al comienzo del presente ciclo escolar, en este nivel, se detectó que aproximadamente 1200 alumnos abandonaron la escuela. Cuando personal de la Secretaria de Educación de Guanajuato visita sus domicilios para tratar de localizarlos y conocer los motivos de su deserción, ha trascendido que al contrario del nivel básico, donde niños y niñas se dan de baja en la matrícula principalmente por la movilidad geográfica de sus padres migrantes, en el caso de adolescentes y jóvenes predomina como causa la necesidad económica que los lleva a emplearse en alguna maquiladora de la zona, como ayudantes en labores de construcción, en tiendas; también es frecuente que hayan emigrado a buscar trabajo en alguna urbe del país o en los Estados Unidos.

En ese segmento de estudiantes de bachillerato que abandonan las aulas (y a veces también en los de tercer año de secundaria) aunque es difícil cuantificarlos, también se encuentran aquellos que se incorporan a la delincuencia en alguna de sus múltiples formas, por eso cuando los enviados de la SEG tocan las puertas, llega a suceder que a través de sus hermanos menores o sus amigos se enteran que el alumno ya anda, por ejemplo, de “coyote” engrosando las filas de quienes se dedican al tráfico de personas.

Sea que hayan sido forzados a involucrarse en el mundo delictivo o que lo hicieron deslumbrados por ese modelo aspiracional, para el crimen organizado son carnada, material de desecho, al grado que para proteger a otros dentro de la misma estructura, muchas veces serán los primeros que pongan por delante en sus acciones violentas.

Un monstruo acecha a niñas y niños…

Divisadero ha obtenido testimonios de cómo, en el ámbito educativo y familiar, hay quienes expresan gran preocupación porque entre niños y adolescentes, asistan o no a la escuela, con padres cercanos o ausentes y de todos estratos socio económicos, hay un creciente gusto por el consumo de videojuegos que se bajan gratuitamente de plataformas de Internet. Es notable su fascinación por entrar a ese mundo virtual que los deshumaniza y los induce a normalizar en su pensamiento escenas que se manejan como reflejo de la realidad: deben elegir entre variadas armas, camionetas de lujo, librar emboscadas entre “narcos y militares”. La trama del juego los va llevando a puntos de encuentro y confrontaciones de grupos armados, todo esto en medio de disparos, bombas, avionetas, canciones bélicas, reizers, teléfonos. Para subir de nivel deben robar autos, matar, extorsionar. Con música de fondo avanzan en un territorio, al ir aniquilando “contras” adquieren poder para comprar más vehículos y municiones. También pueden interactuar con otros de su edad, aunque se exponen a que sea gente infiltrada buscando obtener información con o sin su consentimiento.

Es tan eficaz esa mercadotecnia y propaganda, tan invasiva hasta los espacios más íntimos de una familia, que ya luego asumen que lo mejor que les puede pasar es convertirse en “sicarios” o ser parte de algún eslabón de las corporaciones delictivas.

El hogar: última esperanza para contener la tragedia…

Hay madres y padres consientes y tienen encendidas las alarmas: mientras ellos crecieron imaginando que en la ventana los acechaba la mítica Llorona o alguna otra figuración de la noche, hoy ya es otro el monstruo que ronda a sus hijos, si es que no está ya metido hasta el cuarto donde duermen. Hay quienes afirman sentirse a salvo: “en mi casa no pasa”; lo cierto es que el aire enrarecido de miedo y delincuencia que se respira en las calles a todos pone vulnerables, incluso a los niños y niñas que tienen cerca a sus padres, ya no se diga la fragilidad en que se encuentran aquellos sumidos en la pobreza, o con papás ausentes o que los dos laboran a veces en horarios nocturnos. Estos muchas veces buscan resarcir la falta de atención y afecto comprándoles la mejor ropa, el mejor teléfono en tiendas que ofrecen crédito -así vivan luego angustiados por pagar las deudas- pero el tiempo, las fuerzas o la convicción no les da para revisar su mochila, poner atención a lo que consultan en las redes o a lo que hacen fuera de casa.

La Secretaria de Educación de Guanajuato no se atreve a decir que muchos de los estudiantes que dejan las aulas es porque se suman a las filas de la delincuencia o quedan atrapados en su campo de influencia mediante las adicciones o reproduciendo en su vida diaria la mentalidad que promueve la narco cultura (versiones apuntan que en el caso del noreste y Sierra Gorda, jóvenes y adolescentes suelen nutrir las filas de grupos criminales de la región de Celaya). En tiempos cuando ni el gobierno está logrando evitar esa terrible realidad, la esperanza parece reducirse a que en los hogares se logren edificar contenciones, pues de seguir la tendencia actual se profundizará lo que ya es ahora mismo una tragedia social, y quizás se trate de la más oscura y deshumanizante que jamás se haya conocido en la historia contemporánea de esta región de Guanajuato.