Las mujeres víctimas de violencia están solas mientras sus agresores son arropados, por otras mujeres. Así lo demostró el caso de Cuauhtémoc Blanco.
“Llegamos todas” fue la frase más citada cuando Claudia Sheinbaum llegó al poder. En los últimos días se ha repetido en columnas, encabezados, redes sociales, pero en tono de interrogación.
La imagen de las diputadas de Morena, arropando a Cuauhtémoc Blanco al grito de “¡no estás solo!”, hizo tambalear aquel entusiasmo que sintieron las mujeres mexicanas al contar por fin con una presidenta.
Legisladoras apoyando a un compañero acusado por su media hermana de intento de violación; ellas, las que llegaron, las que se ganaron una curul, las que prometieron representarnos a todas.
La agencia Cuartoscuro captó la imagen de Blanco, sonriente, confiado, el día que la Cámara de Diputados discutió la solicitud de desafuero presentada por la Fiscalía de Morelos. Y cómo no iba a mostrarse contento, muy orondo, si la petición fue desechada.
El exfutbolista no está solo, su bancada tiene razón; lo protege el mismo sistema que ha silenciado a tantas víctimas de violencia de género, que no les garantiza justicia, un sistema arraigado en el machismo y las relaciones de poder que siguen rigiendo este país.
¿A dónde llegamos? A un punto muerto.
Traición y complicidad
La respuesta de Claudia Sheinbaum ha sido decepcionante, tibia. “No protejo a nadie, sólo al pueblo y a mi familia”, señaló. “Sería muy bueno que Cuauhtémoc Blanco fuera a declarar a la Fiscalía”, dijo la presidenta. ¿Sería muy bueno? Es lo que corresponde.
En efecto, el diputado acudió a la Fiscalía de Morelos y afirmó que se le negó el acceso a la carpeta de investigación. Ante la prensa dijo que no tiene nada que esconder, que no está huyendo. Por supuesto, amparado por el fuero no tiene nada que temer.
Ivonne Ortega, diputada coordinadora de la bancada de Movimiento Ciudadano, manifestó en tribuna “si no fuera culpable, ¿por qué insisten en mantener el fuero?”. Destacó que entre las 251 mujeres que conforman la legislatura, no existe respaldo ni la intención de luchar por sus congéneres. Pidió a Claudia Sheinbaum renunciar a la narrativa que sostiene que su mandato romperá el llamado techo de cristal.
Por su parte, María Teresa Ealy, diputada de Morena, no se sumó al “¡no estás solo!” de sus compañeras. “Para mí fue un día triste, con demasiada indignación, porque nosotras marchamos y que nuestra consigna representante de lucha, que hoy sea una consigna para defender a un abusador”, declaró en entrevista con Azucena Uresti.
Quienes apoyaron a Blanco y las que callaron, han sido tachadas de traidoras y cómplices.
Este sábado, cientos de mujeres se reunieron en la Glorieta de las Mujeres que Luchan para exigir que Blanco sea sometido al juicio correspondiente.
Encabezadas por activistas, alzaron la voz por todas las que no llegamos. Las mujeres que todos los días sufren algún tipo de violencia, que viven silenciadas por el miedo, recibieron el pasado 25 de marzo un mensaje desalentador.
“¿Por qué no denuncian?”, “¿por qué no hablaron antes?”, suelen ser las preguntas obligadas cuando otra víctima se atreve a compartir su experiencia. La respuesta: porque la sociedad y las autoridades les han dejado en claro que están solas, que los agresores, sin necesidad de fuero, siempre son protegidos por las dinámicas machistas, la absurda burocracia en torno a la impartición de justicia, por la impunidad.
¿A dónde llegamos? Al absurdo, al colmo de la incongruencia.
Desprestigio
No es extraño que celebridades y deportistas incursionen en la política. De los escenarios y canchas saltan sin dificultad a cargos donde perpetúan la dinámica de otorgar facultades y mucho dinero a personas sin un perfil idóneo.
Carmen Salinas, Sergio Mayer, Ernesto D’Alessio, Lily Téllez, hasta la escritora Laura Esquivel (la recuerdo tejiendo en sesión), sumaron a su currículum la etiqueta “político”.
Dicen que la carrera de un futbolista es corta. En 2015, a los 42 años, Cuauhtémoc Blanco dejó el deporte. Ese mismo año se convirtió en alcalde de Cuernavaca, en 2018 asumió la gubernatura de Morelos. Un ascenso meteórico, que no es tan sencillo para quienes no gozan de su popularidad y llevan años en busca de una oportunidad para, de verdad, hacer las cosas bien.
Pero los partidos políticos tienen esa costumbre de abrir los brazos a quienes les sumarán votos.
Y de pronto, el personaje de Blanco destaca por las acusaciones en su contra, más que por sus logros como gobernante y legislador. “Ya estuvo bueno de que me agarren como piñata”, dijo el pasado mes de febrero en rueda de prensa, al ser cuestionado sobre su posible desafuero.
Aunque es importante que la historia de la afectada fuera escuchada, la presunta víctima se ha topado con todos los factores que frenan la justicia en estos casos. Se ha topado con el descrédito y la revictimización y con todo un aparato de poder que desde la Cámara de Diputados apoya a su agresor.
La fama de Blanco está siendo aprovechada para argumentar que estamos frente a una campaña de desprestigio, cuando en realidad estamos frente a otra muestra de lo que sucede cuando se da más poder al poder.
¿A dónde llegamos? A lo mismo de siempre.
LO SUPERFLUO: La investigación del caso de Cuauhtémoc Blanco continúa, y la presidenta insistirá en que no se le protege.
LO PROFUNDO: La imagen de las diputadas echándole porras a un hombre acusado de violación es histórica, difícil de borrar.