El lenguaje está lleno de matices –y no refiero únicamente a las capacidades expresivas de esta forma de comunicación–. Aludo a que, como elemento característico de nuestra especie, refleja evolución –no es lo mismo el lenguaje primitivo al actual–; momentos históricos –la amenaza del coco, una reminiscencia a una pandemia–; personajes relevantes –mecenas, aquel que apoya el arte; boicot, aislamiento social; cantinflear, uso característico de la expresión–; mitología –la mayoría de los días de la semana–; ubicación geográfica –vato, boxito, che, tío–; clase social –latín vulgar, testa (maceta); clásico, caput; conjugación con consonante s final en la segunda persona de forma popular frente a la académica: *dijistes/dijiste–; nivel académico –sancionar como sinónimo exclusivo de castigar frente al sentido de aprobar, autorizar–; por mencionar algunos aspectos que es posible reconocer mediante la comunicación verbal. Es decir, el lenguaje es un reflejo fiel de la sociedad, su historia y sus matices.
Estudiar y entender el lenguaje es hacer lo mismo con el ser humano. El lenguaje mismo jugó un papel destacado en la evolución biológica del cerebro. La necesidad de conceptuar los acontecimientos: recordarlos, comprenderlos, reflexionar sobre ellos, llevó a ampliarlo físicamente. Aunque, justo es decirlo, sin una combinación de alimentos y condiciones ambientales, tampoco hubiera tenido ese efecto. Es decir, que la vinculación con el cerebro biológico no está solo en la necesidad del hombre de hablar para sobrevivir; también se requerían otras condiciones para incidir en la evolución actual del cerebro. Por ello, entender la génesis del lenguaje implica también estudiar al ser humano en su conjunto y en su trayectoria tanto en el tiempo como en los diversos ambientes geográficos e históricos.
Por ejemplo, estudiar cómo fue la evolución de los entre 200 y 400 alfabetos que actualmente hay en uso; cómo aparecieron, dónde, por qué, cómo satisfacen las necesidades actuales de comunicación de sus usuarios y cómo se vinculan con otras lenguas, permite comprender la historia y evolución de cada pueblo, de sus estratos y de los personajes relevantes.
Destaco de los diversos matices enunciados en el primer párrafo, el caso del vocablo coco en Mesoamérica para confirmar lo sostenido.
El Coco representaba una amenaza en el inconsciente colectivo. Lo refleja una canción de cuna: «Duérmete niño, duérmete ya, porque si no llega el Coco y te comerá». Hoy ya no amenazan con ello (incluso, los psicólogos lo desaconsejan).
Se origina después de la Conquista. Su nombre fue cocolixtli, nombre que los antiguos mexicanos dieron a la viruela. La salud en Mesoamérica era cuidada a través de la higiene personal por las diversas culturas, por ello no se tenía los anticuerpos necesarios para sobrevivir a ella. Así se acuñó el vocablo como una amenaza, especialmente para el sector infantil –la tasa de mortalidad era alta–. El estudio del vocablo permite reconocer condiciones del México antiguo, del actual; su vigencia como reflejo de una sociedad hasta los años cincuenta, que se modifica la salud pública, por enunciar solo algunos aspectos. Por eso, hoy cayó en desuso.