Irapuato, Gto.– Aunque el gobierno federal reporta que el Centro Estatal de Prevención Social de Irapuato (Cereso) enfrenta problemas de sobrepoblación, autoridades penitenciarias del estado aseguran que la situación ha sido controlada gracias a la reubicación de internos y la liberación de aquellos que han cumplido su condena.
De acuerdo con el Cuaderno Mensual de Información Estadística Penitenciaria Nacional, publicado por el gobierno federal, a marzo de 2025, el Cereso de Irapuato albergaba a 370 personas privadas de la libertad, superando su capacidad instalada de 305 internos. Esto representaba un 121.3 por ciento de ocupación.
En el mismo informe, el penal de Celaya aparece como el segundo con mayor presión, con 477 internos, a pesar de su capacidad máxima de 406.

Sin embargo, el director general del Sistema Penitenciario estatal, Julio César Pérez Ramírez, desestimó las preocupaciones sobre hacinamiento en el Cereso de Irapuato, asegurando que el número de internos ha disminuido debido a un proceso constante de reubicación y liberaciones programadas.
“Actualmente tenemos 384 personas privadas de la libertad en el Cereso de Irapuato. Esto representa un 90 por ciento de ocupación, por lo que aún contamos con un 10 por ciento de capacidad disponible. Estamos reubicando a quienes lo requieren y dando salida a quienes ya cumplieron su condena. El objetivo es que todos estén en condiciones dignas”, afirmó Pérez Ramírez.
Fe, Trabajo y Redención: La Otra Cara del Cereso de Irapuato
A un costado de la cancha de basquetbol del Cereso de Irapuato, se encuentra una pequeña capilla dedicada a la Virgen de Guadalupe. Cada semana, se oficia una misa y, en junio próximo, este espacio sagrado será testigo de bodas, como antes lo fue de primeras comuniones, confirmaciones, posadas y celebraciones de Semana Santa. Es en este rincón donde muchos internos oran por sus seres queridos, sus procesos y su futuro.
Durante una visita al centro penitenciario, Periódico Correo constató el ambiente de convivencia en las canchas deportivas del patio central. Más allá de las zonas de dormitorios, regaderas, comedores y sanitarios, el penal cuenta con biblioteca, barbería y un taller de carpintería, donde cada herramienta está numerada y cada mesa de trabajo asignada con orden. En este taller, los internos aprenden oficios y reciben pláticas sobre adicciones y otros temas para fortalecer su reintegración social.


Pero el cambio no solo se impulsa desde lo espiritual o educativo. También hay trabajo formal. A través del programa Industria Penitenciaria, en colaboración con tres empresas de responsabilidad social, actualmente 120 internos trabajan en actividades como clasificación y etiquetado de calcetines, confección de uniformes, chalecos antirreflejantes, otras prendas de vestir y bolsas de papel para marcas reconocidas.
Los internos reciben sueldos superiores al salario mínimo, conforme a la Ley Federal del Trabajo. Sin embargo, bajo los lineamientos del Centro, cada persona puede disponer de hasta mil 500 pesos en efectivo. El resto del salario puede destinarse a comprar materiales para continuar su labor, enviarse a sus familias o ahorrarse bajo resguardo institucional hasta su egreso.
“En la capacitación para el trabajo pasamos por el área de carpintería, que es autoempleo. Quienes ya fueron capacitados realizan productos por encargo, o elaboran muestras que pueden venderse al exterior mediante el área técnica. También participan sus familias para promover estos productos en ferias y eventos”, explicó Julio César Pérez Ramírez.
En este centro de reclusión, donde el encierro convive con la fe, el aprendizaje y la producción, el tiempo se mide en algo más que días: se mide en segundas oportunidades.

Canta entre muros: la música como refugio en prisión
En cuestión de minutos, la vida de Alejandro dio un giro radical. De cantar en camiones, plazas, negocios y eventos sociales, ahora su voz resuena dentro del Cereso de Irapuato, donde la música se ha convertido en su escape, su refugio y su resistencia. Aunque reconoce que el trato en prisión es digno y las condiciones son mejores de lo que imaginaba, lanza una advertencia clara: “El encierro no es bueno… mejor portarse bien allá afuera”.
El pasado 23 de abril cumplió un mes tras las rejas. Preocupado por su situación legal, pero aferrado a su pasión, no ha dejado de cantar ni un solo día. Incluso ha formado una agrupación musical con otros internos, con quienes interpreta temas de rock entre rejas, guitarras prestadas y emoción contenida.

“Cuando llegué estaba muy nervioso, no tenía hambre. Me ofrecieron un plato de comida, un vaso de agua y café. Lo primero que me dio esperanza fue un abrazo cálido de un compañero que me dijo que todo estaría bien. Eso no se me va a olvidar”, recuerda. “Aquí lo difícil es el encierro… hasta para escribir una carta tienes que pedir una pluma o un lápiz prestado”.
Antes de su detención, Alejandro formó parte de varias bandas de rock y norteño. Su vida era la música, cantando en la calle, tocando la guitarra en el transporte público o en algún restaurante. Hoy, aunque privado de la libertad, no ha soltado ese sueño: que sus canciones lleguen a muchas personas.
“La música es como el viento, es libertad… llega a todos lados. Aquí he aprendido que todos tenemos problemas, incluso los que están del otro lado de la calle. Aquí adentro también hay corazones”, reflexiona con una madurez que le nació en el encierro.
Mientras espera que se resuelva su situación legal, Alejandro ya piensa en el día en que salga. “Quiero contar lo que se vive aquí. No para hablar de golpes o sufrimiento, sino para decirles a muchas familias que sus hijos están bien, que todavía tienen voz. Yo voy a llevar ese mensaje afuera”.
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