En la ya conocidísima estrategia de la zanahoria y el garrote que nos está aplicando el presidente de los Estados Unidos, ayer Donald Trump nos mandó primero una buena noticia: que los autos mexicanos serían exentos del 25% de aranceles que les había impuesto, y unas horas más tarde, desde Michigan, el corazón automotriz de su país, nos dio el ramalazo: “¡Yo les he dicho que de verdad no queremos sus autos! ¡De verdad, no los queremos! ¡Nosotros queremos fabricar nuestros propios autos! Eso incluye a (los autos de) Canadá, eso incluye a (los autos de) México, pues ambos se han llevado una parte enorme de nuestro negocio”.
Y es que en su discurso conmemorativo por los primeros 100 días de su segundo mandato en la Casa Blanca, Trump nos volvió a usar como piñata –por más que digan en Palacio que no lo somos–, y nos acusó de haberle quitado el 32 por ciento de la producción automotriz de los Estados Unidos: “Canadá se ha llevado una parte enorme (de nuestro negocio) como el 10 o 12 por ciento, México se llevó el 32 por ciento de nuestra producción automotriz. No queremos que tengan eso. Nosotros lo queremos. ¿Por qué se lo estamos dando?”, preguntó el mandatario a sus seguidores en la zona metropolitana de Detroit.
Esas son justo el tipo de afirmaciones y discursos que provocan reacciones tan encontradas sobre el presidente estadunidense y sus primeros 100 días de gobierno. Porque si bien es cierto que parte de la producción de la industria automotriz de Estados Unidos se trasladó a México a partir del TLCAN y después del TMEC, por un tema de ahorros en sus costos, pero también por la mano de obra calificada que le ofreció nuestro país, los mexicanos no les quitamos nada y fueron ellos y su mercado de autos el que se benefició y creció con la instalación de sus plantas en México.
Es decir, que el beneficio de esa integración y crecimiento de la industria automotriz no sólo fue para México sino también para los Estados Unidos, que ganaron en variedad, calidad e innovación de sus autos y aumentaron sus ventas con la producción integrada entre los dos países. Por lo tanto, más que quitarles nada, los mexicanos hicieron crecer a las fábricas estadounidenses y las volvieron más competitivas, no sólo en el mercado norteamericano sino a nivel mundial.
Ese discurso grandilocuente y patriotero de Trump es justo lo que confronta las dos visiones opuestas de lo que ha sido hasta ahora su mandato. La visión de los trumpistas y del propio presidente es que “han sido los 100 días más extraordinarios jamás vistos. Una revolución del sentido común”, como dijo el propio Trump anoche en Michigan. Una parte de la prensa estadounidense y del mundo sostiene que hay un cambio importante para los Estados Unidos con el republicano en la Casa Blanca y observa avances y logros en las polémicas y alocadas decisiones de Trump.
Pero sus opositores demócratas, liberales y progresistas de la sociedad estadounidense, no ven avance alguno y, por el contrario, se refieren a los 100 días de Trump como una “amenaza para la democracia”, un retroceso en los derechos y libertades de los estadounidenses, y un presidente que ha desatado el caos y ha desconocido y golpeado a sus principales aliados en el mundo. Y esa misma visión es compartida por el otro sector de la prensa norteamericana y del mundo, donde se habla del mandatario de la Casa Blanca como un “ave de tempestades” para su país y para el resto del planeta.
Pero más allá del choque de opiniones y visiones sobre la administración Trump, lo cierto es que, como muy pocos de sus antecesores, el empresario neoyorquino ha retomado el control de la agenda internacional, colocando a Estados Unidos en el centro del liderazgo mundial, pero no siempre con los mejores modos ni como producto de un diálogo o negociación con los otros países, sino más bien por la fuerza y al calor de amenazas de aranceles que doblaron a la mayoría de los gobiernos que aceptaron renegociar su intercambio comercial con el mercado estadounidense, con excepción de China que mantiene una guerra comercial que por momentos arrecia y hace temblar a los mercados, pero luego entra en una tensa calma que aumenta también la incertidumbre mundial.
Nadie puede decir que Donald Trump hoy no esté marcando el ritmo de la política mundial, como pocos inquilinos de la Casa Blanca lo han hecho, pero en el balance de estos 100 días de las decisiones, acciones y ordenes ejecutivas que ha emitido, no es necesariamente el más positivo, si se toman en cuenta las fuertes caídas y pérdidas que generó para los mercados financieros y las empresas de su país, y que lo obligaron, junto con las presiones de sus amigos millonarios como Elon Musk, a poner en pausa los aranceles con la mayoría de los países para abrir paso a una negociación.
Pero al final de todo, el indicador más claro y convincente, y también el menos polarizado, es el índice de popularidad que ayer se daba a conocer en las primeras 400 semanas del presidente de los Estados Unidos: la popularidad de Trump cayó a su nivel más bajo con 45% de aprobación, un porcentaje que no había tenido ninguno otro presidente estadounidense en los últimos 70 años, sólo es comparable a su mismo nivel de aprobación que tuvo en los primeros 100 días de su primer mandato.
Sin duda el costo de sus alocadas decisiones le está pasando factura al presidente Trump, que a pesar de su baja popularidad ayer aparecía eufórico ante los medios y ante sus seguidores. A los periodistas les dijo que él “quiere ser Papa”, cuando le preguntaron qué cardenal era su favorito para ser electo, mientras que a sus seguidores les dijo que su mayor avance está en el control de la migración y que logró acabar con el 99.99% de los cruces ilegales por México, al tiempo que arremetía contra el Poder Judicial de su país acusando a los jueces que fallan en su contra de ser “comunistas y de izquierda radical”, de obstruir la aplicación de las leyes y de invadir funciones y decisiones que le corresponden a él como presidente.
¿Dónde hemos escuchado eso los mexicanos? El Trump de ayer en Michigan se parece mucho al López Obrador que, emberrinchado porque los jueces, magistrados y ministros lo confrontaban, le declaró la guerra al Poder Judicial, que hoy está siendo destruido y desmantelado para crear otro nuevo a modo del régimen. Al expresidente Ernesto Zedillo ya lo escuchamos alertarnos a los mexicanos del retroceso democrático y de la amenaza del autoritarismo, incluso ahora lo volvemos a escuchar declarar que en México ha comenzado una dictadura con el gobierno de Claudia Sheinbaum. Lo que no le hemos escuchado a Zedillo es alertar a los estadounidenses del autoritarismo que les está llegando con todo con su actual presidente. ¿Será que no quiere problemas con su segundo país?
Notas indiscretas…
La versión surge de los más altos niveles de la Presidencia de la República: en marzo pasado, cuando en la oficina presidencial ya se había decidido el relevo de Zoé Robledo del IMSS, y cuando la presidenta Sheinbaum ya le había pedido a su muy cercano Carlos Ulloa que pidiera licencia como diputado federal para integrarse a su gabinete, de pronto llegó una contraorden que mantuvo en el cargo al político chiapaneco. El cambio drástico de señales y de discurso que ocurrió entonces tenía una explicación. Hasta Palenque, dice esa versión, llegó presuroso el director del Seguro Social para pedir que lo apoyaran porque no quería dejar el instituto y estaban por removerlo. Y la comunicación debió llegar rápidamente al Palacio, porque justo el día que renunciaba Ulloa a la diputación y que se daba por hecho su llegada al IMSS, la presidenta Claudia Sheinbaum dijo en su mañanera que Robledo seguía en su cargo “porque ha hecho un extraordinario trabajo”. La frase presidencial sonó tan falsa que bien pudo ser ironía, pero el caso es que de pronto, cuando muchos en la 4T, sobre todo los tabasqueños, ya daban por hecho la salida de Zoé, el chiapaneco dejó a todos con un palmo de narices y, con la intercesión divina que fue a implorar hasta Palenque, hoy todavía sigue muy contento despachando en el edificio de Reforma…. Los dados repiten Escalera Doble. Seguimos como siempre, hacia arriba.