Nadie lo puede negar. Vivimos en un mundo que responde a algoritmos, cálculos, lógicas frías, intereses personales. Así funcionamos. Así hemos construido el mundo en el que habitamos. Nos subimos a una rueda que gira a velocidades vertiginosas y vivimos en forma tan acelerada que ni tenemos tiempo de ver al semejante ni hay calma para contemplarnos a nosotros mismos. Basta escuchar las palabras de los mandatarios y políticos más importantes del mundo, a los empresarios más poderosos de este planeta para darnos cuenta.
Mientras la primera ministra de Italia visitaba la Casa Blanca, el Papa Francisco permanecía lejos de las calles de Roma. No se le vio participar en el Vía Crucis ni salir al Coliseo ni participar en los ritos y rituales de Semana Santa porque sigue convaleciente. Delegó muchas de estas actividades a manos de sus cercanos. Pero si su presencia se extrañó, su voz se dejó oír. Si no participó el trayecto de la Vía Dolorosa, sí dejó palabras para ser pronunciadas en cada estación.
Una de esas frases cortas y contundentes fue “orar para desafiar la economía que mata”. Y entre aranceles y tarifas, entre palabras populistas, discursos demagogos, hay quien se detiene a pensar en los migrantes que están en las fronteras y que sienten que su viaje ya terminó, entre los viajeros que van sobre el techo de un tren que denominaron “La Bestia” y que van presas del miedo, entre las madres que quieren encontrar a sus hijos y ya están hartas de rascar y tragar polvo.
El Domingo de Resurrección, los católicos conmemoramos el día en que la muerte fue vencida. Pero, para poder conmemorar la festividad en toda su potencia, tal como lo dice Francisco desde su tiempo de recuperación, hay que permitir que “venga la paz a la tierra, al aire y al agua… que llegue la paz para los justos y para los injustos… que venga la paz a quienes no tienen dinero”.
Y, las palabras de Francisco pueden ser para la grey católica, pero son palabras universales que nos pueden hermanar a todos los seres humanos. Sabemos que la riqueza está concentrada en pocas manos. Es un hecho que el ochenta por ciento de los bienes de este mundo están concentrados en un minúsculo grupo de familias poderosas y caudalosas. Los demás luchan para vivir y una gran mayoría tiene hambre, le falla la esperanza, anhela la salud, quiere habitar en un lugar mejor. Hay muchos que son condenados y despreciados por ese deseo.
El gran desafío que estamos enfrentando los seres humanos del siglo XXI no es la guerra comercial que estamos viendo cómo se desata frente a nuestros ojos en forma que podemos juzgar absurda; no se trata de tarifas, impuestos, aranceles, inflación, tipos de cambio, tasas de interés. Se trata de entender qué es lo que nos hace superiores a la inteligencia artificial, lo que nos hace más trascendentes que un algoritmo, lo que nos convierte en algo valioso.
Si entendemos que una máquina es un artefacto al servicio de los humanos, si comprendemos que nuestros semejantes tienen dignidad, valor y valía más allá de sus documentos migratorios, de su cuenta de cheques, del color de su piel, del género, de sus preferencias y de sus pensamientos, estaremos a la altura del gran desafío que plantea Francisco. De otro modo, estamos afiliados a esta economía que mata, que defiende lo que está torcido, que alaba lo que acaba con la vida y justifica la maldad que impera en nuestros tiempos.
El desafío está en entender que más que la muerte, queremos vida. Eso, va más allá de cualquier credo, es verdad universal. ¡Felices Pascuas de Resurrección!
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